jueves, 16 de enero de 2014

LACTANCIA (parte I)

Antes de quedarme embarazada, siempre había dicho que daría biberón a mis hij@s para que Mike también participara en su alimentación.
La “moda” de hace unos años a esta parte es dar el pecho “por encima de todo” y yo, al no compartir esta opinión, me autodenominaba “no pro-teta”.
Pensar que yo iba a tener mayor vínculo con mi hijo por darle el pecho me parecía egoísta de cara a mi marido, pues sólo el hecho de haberlo llevado dentro ya me premiaba con momentos y sensaciones que sólo yo podía tener.  


Mis padres nos criaron con biberón a mi hermana y a mi (por cuestiones laborales) y crecimos fuertes, sin enfermedades graves y sintiéndonos bien.


Pero fue precisamente Mike quien me animó a probar de darle pecho cuando naciera. Si no “podía” (la leche no le alimentaba lo suficiente, tenía mucho dolor, el niño no se cogía bien, se me formaban mastitis,...) le daríamos biberón y listos. Y así lo hicimos.


Cuando Rubén nació, enseguida me lo puse al pecho y se cogió. Me aconsejaron las enfermeras que me lo pusiera mucho para estimular la subida de la leche y seguí su consejo.


En el hospital, el peque dormía mucho y, aunque lo poníamos mucho a mamar, al salir del hospital había perdido 300gr (más de lo que el pediatra consideraba “normal”).
Así que nos dieron cita para hacerle un seguimiento de peso y nos fuimos a casa (era miércoles, 31 de julio de 2013).

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