Así que como ya estaba dilatada
y nos quedábamos ingresados, me llevaron a la sala de dilatación y mi marido
(Mike) se fue a hacer el ingreso y a por la bolsa al coche. Eran las 23h del
domingo día 28 de julio de 2013.
Llegó la comadrona, Carme, y después
de ponerme los monitores para ver el latido del peque, me rompió la bolsa. Yo
creí que sería doloroso pero la verdad es que no me enteré. Me explicó que
notaría como si me hiciera pis y así fue.
Me preguntaron si quería la
epidural y dije que sí sin dudarlo. Respeto mucho a las mamás que deciden parir
de forma natural y sin ninguna clase de anestesia, pero Mike y yo teníamos
claro que si habían inventado la epidural para evitarnos el dolor, me la
pondría.
Era lo que más miedo me daba
del parto. En las clases previas al parto nos explicaron que no había riesgo de
dañar la médula ni quedarse paraplégica, pero aún así no estaba tranquila.
Vino la Dra. que me iba a poner
la epidural y al decirle que tenía miedo, aunque estaba totalmente convencida
de quererla, me explicó paso a paso lo que haría. Eso me tranquilizó muchísimo.
Además, me recomendó ponérmela
ya porque había empezado a dilatar pero aún no tenía contracciones
insoportables y eran cada 5 minutos, con lo cual si me coincidía el pinchado
con una contracción, lo cual era dificil, podría aguantarla. Y así lo hicimos. Fue todo muy soportable, la verdad.
Al poco rato ya noté como hacía
efecto y, aunque era consciente de las piernas, las tenía dormidas. Y empecé a
tener un frío tremendo. Hasta temblaba. Me comentó Carme, la comadrona, que era
de la misma epidural.
El seguimiento del latido de
Rubén era continuo, pues algunas veces se perdía y me tenían que volver a poner
el aparato para que se escuchara. Nos dijeron que no pasaba nada, pero aún así
estábamos asustados por si algo no iba bien.
Estuvimos retransmitiendo todo
a la familia a través del WhatsApp, así que no nos aburríamos.
Ya habían avisado a mi
ginecóloga.
Sobre las 2 a.m. empecé a notar
unos dolores muy fuertes desde la vagina y pensé que era normal. Así que cuando
vino la comadrona se lo comenté. Me dijo que como me habían puesto poca dosis
de epidural para que siguiera dilatando, seguramente se me había pasado el
efecto y lo que notaba eran las contracciones. Así que antes de ponerme una nueva dosis me hizo un tacto y....¡ESTABA
DILATADA PARA DAR A LUZ!
Y enseguida llegó mi Dra. En la
misma sala de dilatación me hizo empujar dos veces para ver si el bebé bajaba,
pues estaba aún muy arriba. Al ver que sí, nos fuimos a la sala de partos.
Allí estaban mi marido, la
comadrona, la Dra. y una auxiliar muy maja llamada Gemma (ésta última me cuidó
mucho después del parto).
Una vez en posición, empecé a
empujar tal como había aprendido en las clases de pilates que había hecho en
los tres últimos meses de embarazo (con Marta, una gran profesional que me ayudó a
estar en forma para el trabajo de parto).
Empujé muy fuerte y enseguida
me dijeron que si el siguiente empujón era enooooorme, sacaría la cabecita. Mi
marido ya pudo verle el pelo. Y debí de apretar con todas mis fuerzas, porque
lo conseguí. La Dra. me avisó de que me iba a hacer una episotomía que era necesaria
(en mi plan de parto pedí que me lo dijeran y que sólo me la hicieran en caso
necesario). En el siguiente empujón noté como salía el resto del cuerpo y la
sensación del vacío. Eran las 2.45h del lunes, 29 de julio de 2013.
Limpiaron un poco a Rubén y me
lo pusieron encima. ¡Buf! ¡Qué sensación! Mike y yo no contuvimos las lágrimas, es una emoción muy fuerte.
Nuestro pequeño pesó 3,300 kg y midió 50 cm.
Lo fueron a limpiar y a vestir.
Mi marido estuvo con él en todo momento. Mientras tanto, la Dra. y auxiliar
revisaron que estuviera la placenta entera y me pusieron “los puntos que
hicieron falta” según mi ginecóloga.
Y nos fuimos los tres a la
misma sala de dilatación donde habíamos estado, pues no habían habitaciones libres
hasta media mañana.
Todavía no éramos conscientes de que nos habíamos convertido en papás.
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